viernes, 6 de abril de 2012

LA DEMOCRACIA QUE SUPIMOS CONSEGUIR Y QUE ANHELAMOS RECONSTRUIR

ANIVERSARIO DE LA LEY SÁENZ PEÑA
“El momento político que me cabe la hora presidir lo reputo trascendente para el porvenir de las instituciones, por cuanto la reforma electoral anuncia una evolución en el gobierno representativo y en el ambiente como en las costumbres en que va a desenvolverse la democracia argentina (…)”. (1)

Hace 100 años el presidente Roque Sáenz Peña lanzaba un manifiesto cuyo principal objetivo era difundir los puntos centrales de la reforma electoral que un mes más tarde, ya establecida por ley, consagraría el voto universal (solo para los hombres mayores),  secreto y obligatorio.

La ley Sáenz Peña, significó un gran avance para los sectores populares, a la vez que una amenaza para los sectores conservadores del país. Un claro ejemplo de esto es el hecho de que accedería Don Hipólito Yrigoyen al poder, a la sazón, el verdadero artífice de la misma.

Cabe señalar que la democracia no solo se basa en el acto electoral per se. Sino en el acceso a los bienes y servicios por parte de los argentinos, incluyendo también la participación política y el acceso al poder del Estado.

Partiendo de esta óptica, hacemos un repaso de los gobiernos “democráticos” a partir de la Ley Sáenz Peña en adelante.

Del Movimiento Yrigoyenista al Partido Radical
El Doctor Hipólito Yrigoyen, o el “peludo”, fundador de la verdadera “intransigencia”, hacía ya treinta años que había iniciado su camino en función de combatir el régimen conservador que venía dominando la escena política argentina y que reservaba para sí las funciones de gobierno, al igual que la renta nacional.

“Los hijos de la primera generación inmigratoria buscan a través de Yrigoyen su acceso a la vida política y cultural de la República. El «régimen», a través de sus representantes más lúcidos, no desconoce el significado del movimiento acaudillado por Yrigoyen. (…) se proponía como único programa la realización plena de la Constitución Nacional y el ejercicio real del voto para todos los argentinos (en otras palabras: un programa nacional democrático para esa época)”. (2)

Con Yrigoyen se concreta la democratización del Estado argentino en todos sus aspectos. Ejemplo de esto es el acceso al mismo por parte de aquellos que no procedían   de la rosca oligárquica. Por su parte la Universidad Nacional vivió una de sus etapas más lucidas al calor de la Reforma Universitaria del 18 otorgada por Don Hipólito a los reformistas, los cuales contemplaban un espíritu americanista en sus planteos.

Este movimiento democrático significó un avance social y político para las clases más marginadas, a la vez que sentó las bases de la verdadera democracia argentina.

Años después, muerto ya Yrigoyen, las banderas levantadas en ese entonces serían reemplazadas por otras. La vieja UCR comenzaría a traicionar su propia historia, para dejar de ser un movimiento revolucionario y pasar a ser un partido más del régimen.

La gran década
Luego de las jornadas del 17 de octubre de 1945, la clase trabajadora argentina vivirá uno de los momentos más lúcidos y por qué no, los más felices de su historia.“La generación posterior difícilmente puede imaginar el odio que tal pareja suscitó en la oligarquía tradicional y en la clase media urbana del sector profesional universitario o «intelectual». Es claro que ese odio social estaba ampliamente compensado con el amor que las masas más pobres o desvalidas depositaban en Perón y Evita”. (3)

El nacionalismo económico de Perón, garante de la justicia social, marcó una década donde tuvo lugar el mayor desarrollo industrial de la argentina. Esto posibilitó, entre otras cosas, que los trabajadores llegasen a percibir el 50% del PBI nacional. En este marco se continúa la tarea iniciada por Don Hipólito y se le otorga a la otra mitad del pueblo, las mujeres, el derecho al sufragio.

En términos concretos, nunca desde esta época se democratizó tanto el acceso a los bienes y servicios por parte de la sociedad en su conjunto, en franco ascenso. Posible esto por el hecho de que el Estado, con Perón a la cabeza, ejercía el control soberano sobre los recursos argentinos. Lo cual dio lugar a que las riquezas que antes se derramaban hacia fuera quedaran dentro de la Argentina.

“Históricamente el régimen llamado a realizar tareas democráticas –industrialización, liquidación del yugo imperialista, unidad nacional, revolución agraria– asume las formas de una Revolución Nacional” (4). En ese sentido, la Revolución Nacional encabezada por el General Perón tuvo un carácter defensivo, de lo nuestro, respecto de los países centrales, forjada al amparo de un intento de unidad y solidaridad con los países latinoamericanos.

Este significativo hecho, la unidad, es en última instancia el garante de la democracia en Latinoamérica, ya que actúa como escudo frente al avance sobre nuestra soberanía por parte de los países centrales. No es casual que el derrocamiento de Perón haya coincidido con la caída de de grandes personalidades en el resto del continente y un retroceso para las clases en ascenso de la Argentina y el resto de la América criolla.

Democracias condicionadas
El período que va desde el derrocamiento de Perón (1955) hasta el regreso del mismo al poder (1974), se encuentra marcado por la inestabilidad política, golpes de Estado y la resistencia de la clase trabajadora a perder todas las conquistas alcanzadas.

Los dos gobiernos radicales, el de Arturo Frondizi y el de Arturo Illia, carecieron ambos de legitimidad,  producto de que triunfaron electoralmente estando el peronismo proscripto, es decir, gran parte del pueblo argentino.

“En el seno del radicalismo se habían producido, en tanto, importantes acontecimientos. La vieja Unión Cívica Radical se había escindido en dos alas: el radicalismo intransigente, cuyo jefe notorio era Arturo Frondizi y el radicalismo del Pueblo, un complicado sistema de alianzas sostenido en ese momento por el balbinismo agrario de la Provincia de Buenos Aires, el sabattinismo de Córdoba y los unionistas liberales de todo el país, fuertes sobre todo en la Capital Federal”. (5)

En el primer caso, el gobierno de Frondizi, estuvo atravesado por el hecho de que este concebía al desarrollo argentino despojado de la compleja trama histórica que lo condiciona. Sostenía que el impulso de “despegue” debía proporcionarlo el capital extranjero.

Por un lado, generó las condiciones necesarias para que ese “capital” se afincara en nuestro país a los efectos de que la inversión proporcionada activara la economía. Y por otro, se llevó a cabo una devaluación del peso con la intención de aumentar las exportaciones argentinas. El resultado fue que se viera perjudicada la industria nacional y que se extranjerizara la economía argentina a la vez que se consolidaban los monopolios.

Las tesis desarrollistas no necesitaron ser comprendidas teóricamente por la clase trabajadora para que esta las rechazara. Sin preámbulos pero con gran agudeza, el movimiento obrero contrapondría a las tesis desarrollistas, que pregonaban los intelectuales que rodearon en su momento a Frondizi, el programa nacionalista de Huerta Grande.

En el segundo caso, el gobierno radical de Illia, “carecía de fuerza para enfrentar a la oligarquía, de imaginación para concebir el camino a la independencia nacional y de comprensión política hacia el peronismo” (6), hecho que determinó el destino del mismo.

Illia, procedente del sabattinismo de Córdoba y enrolado en el Radicalismo del Pueblo liderado por Balbín, conservaba con nostalgia las tradiciones político-democráticas del viejo yrigoyenismo más acordes con 1928 que con 1966. Su nacionalismo agrario era insuficiente para la etapa que vivía el país, lo que lo llevaba a no comprender una clase trabajadora que sí se encontraba a la altura de las circunstancias. Por la Argentina había pasado el peronismo.

El regreso del General
Luego de haber atravesado dieciocho años de exilio, Perón era elegido democráticamente con el 61,85% de los votos, por tercera vez seria presidente de los argentinos.

Al igual que en sus primeros gobiernos, en líneas generales desarrolladas en su plan económico, suponía un grado notable de democratización y nacionalización. A la vez que una política encaminada a la recuperación de la soberanía, perdida durante los años precedentes. No obstante, la Argentina había cambiado y el terreno perdido en este sentido demandaba una ardua tarea que su salud estaba lejos de permitirle llevar a cabo.

Sin embargo, en cuestión de meses, el país se puso en movimiento alentado por las leyes impulsadas por Perón, entre las cuales se destacan: el impuesto a la renta normal y potencial de la tierra, corporación de la pequeña y la mediana empresa, corporación de empresas del Estado, la nacionalización de las exportaciones de grano y carnes, nacionalización de los depósitos bancarios, eliminación de financieras extrabancarias, promoción minera, entre otras.

Este programa permitió un grado de democratización, que devolvió a la clase trabajadora la porción de renta que había perdido en los años anteriores (la participación en la renta nacional por parte de los asalariados ascendía al 50,8%) (7). Desafortunadamente el proyecto quedaría trunco.

Democracias de baja intensidad. Con la democracia ¿se come, se educa y se cura?
Luego de siete años llegaría nuevamente la hora de votar para los argentinos. El golpe cívico-militar que derrocó al gobierno peronista, denominado Proceso de Reorganización Nacional, se hundía frente a las abrumadoras masas que nuevamente se animaban a salir a la Plaza de Mayo para ejercer su derecho de participación ciudadana.

No obstante, la estructura económica diseñada por Martínez de Hoz permanecía intacta.

El gobierno de Alfonsín se caracterizó por la inestabilidad económica y la falta de una visión nacional para resolver los problemas heredados de la dictadura. Lejos de hacer un análisis de las medidas económicas, por no ser el tema de esta nota, no podemos obviar el hecho de que las políticas adoptadas fueron reaccionarias y perjudiciales para el pueblo argentino.

A partir de 1976 se da comienzo en nuestro país a un proceso de desindustrialización y de concentración y transferencia de renta nacional al exterior. Con la vuelta de la “democracia” este hecho se profundizó aún más. Lo cual nos pone en situación de plantear el hecho de que, tanto el gobierno de Alfonsín como el de su sucesor (Menem) se caracterizaron por llevar adelante procesos formales a lo que la democracia respecta.

Estas democracias de “baja intensidad” significaron un retroceso aún perdurable respecto al verdadero significado de la democracia. El acto formal de ir a votar es apenas un derecho cívico, lo cual no garantiza necesariamente la democratización del acceso a los bienes y servicios al pueblo argentino, que es lo que realmente importa.

Esto, partiendo del hecho de que durante los gobiernos de Alfonsín, Menem y De La  Rúa se incrementaron estrepitosamente los índices de desempleo y de pobreza, se incremento exponencialmente la deuda externa, se vendió gran parte de nuestra soberanía a precio vil (YPF, los ferrocarriles, etc.), se desmanteló el aparato productivo, se extranjerizó la economía, se implementó la Ley de Convertibilidad, etc. Todo esto en democracia.

Recuperar lo nuestro
El hecho de que desde el 2003 en adelante los argentinos hayamos recuperado la esperanza, se debe al actual proceso de industrialización y recuperación del empleo. Hecho por el cual comenzamos a vivir más democráticamente.

Luego de cien años de que se sancionara la Ley Sáenz Peña, que marcó institucional y políticamente al país, podemos señalar la efectiva vigencia de la misma. Sin embargo, para hacer prevalecer la democracia debemos trascender lo mero institucional. Es decir, despojarnos de la concepción europeizante de la democracia formal, al estilo socialdemócrata que la partidocracia de los últimos años nos ha impuesto.

Es necesario recuperar la tradición democrático-política de matriz yrigoyenista al igual que la defensa de nuestra soberanía (peronismo) para garantizar una democracia real de tinte nacional, popular y latinoamericana.


NOTAS
(1) Roque Sáenz Peña, Manifiesto.
(2) J. A. Ramos, La Bella Época, Revolución y contrarrevolución en la Argentina.
(3) J. A. Ramos, La era del peronismo, Revolución y contrarrevolución en la Argentina.
(4) Ibid.
(5) Ibid.
(6) Ibid.
(7) Política y Economía en el tercer gobierno de Perón.





Hernán Ramón