domingo, 22 de julio de 2012

LA VERGUENZA DE HABER SIDO Y EL DOLOR DE YA NO SER... (Primera Parte)


La crisis y la caída del Primer Mundo. China y los países emergentes. El papel de la Argentina y de América Latina.

“Exhorto al establecimiento de un nuevo orden económico mundial, que incluya una reforma de las grandes instituciones financieras internacionales y abogo porque los países ricos asuman sus responsabilidades y minimicen el impacto de la crisis” Wen Jiabao, Primer Ministro chino, en la Cumbre Económica Mundial de Davos.



El reconocido diario francés Le Mond Diplomatique, en su edición especial mayo-junio, titula “El fin del primer mundo”. De esta manera, sostienen los especialistas que en él escriben, que el mundo avanza inexorablemente hacia la multipolaridad ante la caída del poderío que ostentaba hasta hace pocos años los Estados Unidos. Más complejo aún, por esto de que en política el poder siempre lo ostenta alguien, aclaran que China, al igual que otros países emergentes (Rusia, Brasil, India, Turquía, Sudáfrica), empiezan a ocupar los espacios cedidos por el gigante del norte, hoy sumido en una profunda crisis.

¿Será acaso el fin de los Estados Unidos como primer potencia a nivel mundial? ¿Ocupara China ese lugar? ¿Cómo salvar Europa? ¿Qué papel le toca a América Latina? ¿Qué medidas debe tomar la Argentina ante la crisis?

El derrumbe del “american way of life” ¿Y el Pato Donald?
Salido de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos fue el país que se encontró mejor parado tanto militar como económicamente. Inglaterra, endeudada, estaba debilitada; Francia, extenuada; la Unión Soviética, desangrada (1). En julio de 1944 se definieron las nuevas reglas financieras mundiales a partir de los acuerdos de Bretton Woods, lo cual termino de consagrar a EE.UU. como la principal potencia. Estos acuerdos, además, reafirmaban el dólar como moneda internacional y creaban los organismos que hicieron posible lo anterior: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (en ese entonces Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo). Tiempo después se diseñaba el Plan Marshall para financiar a Europa con billetes verdes y afirmar el peso de éste, a la vez que garantizaba importantes mercados para las exportaciones yanquis. El dólar se imponía al igual que la hegemonía del país que lo emitía.

A partir de entonces, los dirigentes estadounidenses podían hacer lo que quisieran, y los otros debían pagar. Cuando la situación se torna demasiado difícil, cambian unilateralmente las reglas del juego (…) Así, el 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon decretó que la moneda estadounidense ya no sería convertible en oro. No habría más que el papel (…) (2). Los gobiernos fueron cediendo poco a poco y las transacciones comerciales pasaron a realizarse en dólares a la vez que, los bancos centrales los acumulaban. A mediados de la década de los 60, Charles de Gaulle criticaba ante el “Privilegio exorbitante del dólar”.

Como consecuencia del denominado Estado de Bienestar, importantes sectores sociales de los países industrializados, aumentaron considerablemente el poder adquisitivo. Para mantener esta situación era necesario aumentar la producción y, en forma paralela, el consumo a los efectos de que se pudiera absorber lo fabricado. Para sostener este nivel de vida, era necesario aumentar el consumo, aun de productos superfluos que comenzaron a ser publicitados como imprescindibles. A lo cual se suma, el hecho de contar con materias primas y recursos (petróleo) baratos, en gran parte aportadas por los países subdesarrollados. “A fin de lograr ese objetivo, fue creado en los Estados Unidos un nuevo estilo de vida, que comenzó a difundirse como el american way of life (estilo de vida americano). Para ello, se utilizaron dos elementos: la publicidad y la disminución de la calidad de los productos, con el fin de que tuvieran menor vida útil y por lo tanto, fuera necesario reponerlos más rápidamente” (3).

Esta nueva forma de vida se basaba en el consumo de todo tipo de artículos, como uno de los principales caminos para la realización individual de los seres humanos. Es decir, “derrochar sin miedo que alcanza para todos”. Se dejaban en segundo plano muchos de los valores culturales sostenidos hasta entonces, como el crecimiento intelectual y espiritual.

“Las características de ese ‘estilo’ fueron —además del consumismo— la exageración, la ostentación de la riqueza y la grandiosidad, reflejadas en todos los órdenes. La industria automotriz norteamericana, por ejemplo, se diferenció de las demás por el enorme tamaño de sus vehículos y por su mayor potencia. Los automóviles Impala, inmensos en tamaño, se convirtieron en el símbolo de la riqueza de los años 60. Se creó, de este modo, una notoria influencia y hasta dependencia cultural, pues el resto de los países estuvieron influidos por la moda y las preferencias norteamericanas, más allá de sus propias tradiciones o idiomas” (4).

Un símbolo de época fue aquel simpático personaje, el Pato Donald, vestido de marine norteamericano creado por el ex agente de la CIA, Walt Disney. Disney y sus personajes se convirtieron en “una reserva incuestionable del acervo cultural del hombre contemporáneo (…) Y su criatura era el portavoz no sólo del american way of life, sino también de los sueños, las aspiraciones y las pautas de comportamiento que los Estados Unidos exigían a los países dependientes para su propia salvación. El cómic se revelaba como un manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados sobre cómo habrían de ser sus relaciones con los centros del capitalismo internacional” (5).

Hoy en día ese estilo de vida al que hacíamos mención es una quimera aún para los propios norteamericanos. El estallido de la crisis rentístico-financiera en los países centrales ha sumido a millones de personas en la pobreza, desempleo y hambre. Los años dorados parecen lejanos y el futuro se avizora incierto para millones de estadounidenses, españoles, franceses, etc. “Al carcomer el centro neurálgico del capitalismo, la multibillonaria estafa piramidal que derivó en la actual crisis financiera y económica global ha tenido por lo menos el mérito de dejar en evidencia que las falencias del neoliberalismo no se deben a unas cuantas manzanas podridas: son las raíces mismas del árbol las que están corrompidas” (6).

Con ello se ha puesto en tela de juicio no solo la economía de los países del llamado Primer Mundo, sino también las usinas que avalan culturalmente a los mismos.


Notas:
(1)   Martine Bulard, “El poder mundial se desplaza”, Le Monde.
(2)   Ibíd.
(3)   Felipe Pigna, El mundo contemporáneo.
(4)   Ibíd.
(5)   Ariel Dorfman – Armand Mattelard, “Para leer al Pato Donald, comunicación de masas y colonialismo”, edición Siglo Veintiuno.
(6)   Pablo Stancanelli, “Un mundo en transición”, Le Monde.






Hernán Ramón

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