“Cuando
triunfó Perón en 1946, alguien,…me preguntó: ¿Y Usted, Raúl, qué quiere?
Publicar un periódico opositor, respondí…ésa era la colaboración más
sacrificada y eficaz que podía ofrecer a la obra de liberación que se iniciaba.”
Raúl Scalabrini Ortiz.
Por Carlos Leyba
¿Ya se hizo esta pregunta? Hoy, a partir de la
decisión de la presidente sobre la promoción del financiamiento bancario a la
inversión, hacer esa pregunta tiene asidero. La decisión, de
obligatoriedad de que los bancos dirijan parte (5 por ciento) de su cartea al
crédito para la inversión, va en la dirección correcta.
¿Es eficiente, es eficaz, es suficiente?
Veremos. Pero más allá del mérito, sin duda, llega tarde: la insuficiencia de
inversión es un mega problema de la economía argentina.
Ni de hoy, ni de ayer, atrasa hace años y es la
madre de todas nuestras decepciones. Pero el juicio se agrava luego de muchos
años de crecimiento y de abundante liquidez.
La falta de inversión es madre de los males de
la cuestión social (escolaridad, habitación, regresión distributiva,
inseguridad) de la debilidad competitiva (participación de la industria
en la exportación, freno a las importaciones, de la debilidad fiscal
(provincias sin caja, atraso de pago de obra pública), del vacío y
desequilibrio territorial (desierto y Belindia: Bélgica en algunas partes e
India en otras).
Detrás de todo está la carencia de inversión.
Como nada de eso es nuevo, el problema de la ausencia de inversión es viejo.
No es extraño que la dirección sea correcta:
muchas decisiones de la presidencia CFK marchan por la dirección correcta.
Tampoco es extraño que llegue tarde: además es una tradición nacional.
Pero son muchas las decisiones presidenciales a
las que podemos resumir de esa manera: correcta y tarde. Y por cierto de esta
presidente; y de todos los que la han precedido en el ejercicio del poder.
Pero como el pasado, pasado es; el comentario
aplica al presente y su entorno próximo. Frente a la adversidad vamos a
sugerir un método conocido. Pero no aplicado.
Tarde significa que hay daño grave como
consecuencia de no haber tomado la decisión a tiempo, es decir, antes de que el
problema sea gravoso.
La condición necesaria para la validez de este
juicio es que “la decisión” sea materia conocida. Nadie puede exigir que se
anticipe una herramienta que todavía no se ha diseñado, que es desconocida o
que no ha sido descubierta. Hablamos de decisiones que hacen al uso de
herramientas, suficientemente conocidas, ante situaciones acerca de las cuales
tenemos suficiente información.
Es decir el caso “dirección correcta, pero llega
tarde” corresponde a una decisión acerca de herramientas conocidas, aplicadas
sobre problemas conocidos, en un tiempo lo suficientemente distante, desde el
comienzo del problema, como para que la decisión tardía no aplaque sus
resultados adversos sin pesadas consecuencias.
Phillippe Noiret, el gran actor francés, dijo –
en unos de sus diálogos en Cinema Paradisso – “el progreso siempre llega
tarde”. Siempre estamos sufriendo las consecuencias de no hacer lo que sabíamos
que debíamos hacer. La “tardanza del progreso”, es incapacidad,
ignorancia, falta de voluntad para aplicar los remedios, los alimentos, las
vacunas conocidas que habrían de evitar una desgracia.
¿Qué más vale tarde que nunca? Cierto. Pero…
Darle de comer normalmente a un chico después del primer año de vida es mejor
que no hacerlo. ¿A quien le cabe duda? Pero si no se alimentó, como Dios manda,
en el primer año de vida, gran parte de su suerte, esta echada. No será, para
decirlo en breve, una persona feliz. Ese año de vida es una condición
necesaria, aunque no suficiente, para una vida feliz. El argumento “lo hicimos
ahora” vale. Pero poco. ¿Cómo llamamos a lo que tiene poco valor?
Decisiones en la dirección correcta pero tardía.
Tomemos alguna de cosecha reciente.
La descomunal crisis petrolera fue reconocida
por CFK y después explicada por Axel Kicillof quien fue implacable con el
responsable de la política, Julio De Vido.
Durante años se dijo, y muchos repetimos muchas
veces, que la producción de petróleo y de gas declinaba, las reservas
disminuían y no se realizaban inversiones en exploración. Que no todas las
empresas invertían lo necesario. Y que muchas de ellas expatriaban sus
utilidades. Que los organismos públicos no ejercían el control necesario y que
las regulaciones eran insuficientes. Que, finalmente, ¿cómo llamarlo?, la
instalación de la familia Eskenazi en el control de YPF era una burla al
sentido común. Y que la entrega del petróleo vía concesiones extendidas, a
plazos insólitos, antes de que venzan y sin imponer condiciones, era realmente
una sucesión de actos contra el más elemental sentido del bien común. Y que
parte de las consecuencias, además de los problemas de abastecimiento, eran el
riesgo comercial de importaciones crecientes y a precios astronómicos. Y todo
ello sin contar las inversiones, derivadas de la necesidad provocada, que nos
veríamos obligados a hacer; y además las perspectivas negras para quienes, en
su cuadro de horizonte para la inversión, debían tener en cuenta el futuro
energético.
CFK denunció tarde la evidencia hecha pública
durante años y mensuró los riesgos de la proyección importadora de la carencia
de combustibles, apuntó a las importaciones y a la dilapidación de reservas.
Asumió (vía expropiación de la mayoría) el control de YPF. Una decisión en la
dirección correcta. La decisión tardía no es gratis. El tiempo de no
exploración no se recupera. La producción perdida no volverá. Las utilidades de
YPF (y de las demás compañías) han migrado sin colocarse en el país. El
problema del petróleo y el gas es un caso típico de la dirección correcta (nos
vamos a ocupar del autoabastecimiento) que llega tarde, cuando los daños
advertidos e inferidos son enormes.
Lo mismo podemos decir respecto de la fuga del
excedente en dólares. Años de denuncia de la fuga de capitales: durante el
primer mandato de CFK se fugaron casi 73 mil millones de dólares. Capital
generado por el esfuerzo nacional que no se recicla en el proceso productivo. Dirección
correcta: reaccionar y tratar de contener la fuga a la manera pampa. Tardía:
los dólares ganados por nuestro comercio ya se fueron. Las inversiones que
podrían haberse hecho no se hicieron. Los trabajos, los salarios y los
impuestos que se habrían generado no se generaron. Se alertó. No hubo reacción
hasta que justamente los impuestos, los salarios, el empleo y las inversiones
no se compadecen con el volumen que adquirió la economía. Es tarde. Pero con
las mismas condiciones en que fugaron los dólares no vuelven. Dirección
correcta: detener la fuga. Tarde: la fuga ya ocurrió.
Lo que motivó esta nota y el título ¿Nunca
antes? Es que Cristina Fernández anunció que había dispuesto que el 5 por
ciento de la cartera de los principales bancos deberían obligatoriamente ser
canalizadas a la inversión. Esa decisión va en la dirección correcta: vincular
el sistema bancario con la inversión. Y apuntar a la necesidad de incrementar
la inversión. Esta decisión se suma a otras como la del Crédito del
Bicentenario que también asocia al Banco de la Nación con la inversión.
Insisto. La dirección es correcta. Pero ¿por qué decimos que llega tarde?
Simple. Estamos sufriendo el impacto de una inflación importante en tiempos de
una violenta desaceleración, cuando no caída, de la actividad económica. Todo
incremento en la recaudación es, en última instancia, hijo de la inversión
anterior. La gestión pública que procura inversiones es la que mayor rédito
fiscal a futuro obtiene. Aunque tal vez en ese futuro no sea gobierno. El
problema de la democracia es el largo plazo. Y la cura la visión de estadista.
Poca inversión pocos estadistas.
La ausencia de inversión ha sido una
característica de estos años de crecimiento económico inusitado para la Argentina : crecimiento
sin inversión. No olvidar que hasta hace horas, para CFK, el capitalismo era
consumo. Y lo dijimos antes: una versión exótica del sistema que ahora, para
bien, parece haber cambiado.
¿Qué inversión le faltó al crecimiento? La
reproductiva y la de la infraestructura asociada. Varias veces la propia
presidente del Banco Central mencionó que la inflación era la consecuencia de
la falta de inversión; o que la falta de competitividad de la economía, la
sección de mayor valor agregado, no estaba causada por atraso del tipo de
cambio sino por la ausencia de inversión. De acuerdo en la visión larga: no hay
tiempo de cambio competitivo que cure la falta de inversión aunque puede
incentivarla.
Para el mundo oficial la inflación no existe en
los niveles que sufren los consumidores o en los niveles en que los sindicatos
reclaman sus salarios; y eso desde 2006 en adelante. Es decir la distancia
acumulada en estos 54 meses ha instalado un abismo de inflación entre los
diagnósticos oficiales y las percepciones ciudadanas, sindicales y empresarias.
El gobierno considera que somos un extraordinario caso de crecimiento de los
salarios al ritmo del 20 por ciento anual o más, con una inflación que el
gobierno sostiene, es de 4 por ciento anual (INDEC) aunque para la inmensa
mayoría de los ciudadanos, para todos los sindicatos, empresarios y
funcionarios del Ministerio de Trabajo que homologan los convenios supera el 20
por ciento anual desde 2006 en adelante.
Esa inflación, cuyo origen último es la falta de
inversión, es la que nos aleja de la competitividad y aporta conflicto a la
balanza comercial y es la que erosiona la atracción al ahorro en pesos. En un
reciente discurso CFK mencionó que en Europa no podían creer que las paritarias
en la Argentina
estaban cerrando arriba de 20 por ciento de aumento salarial. ¿Qué es lo que no
podían creer los europeos? ¿Qué los salarios crecían al 20 por ciento si la
inflación marchaba al 4 como dice el INDEC? ¿O que los aumentos debían superar
el 20 por ciento para compensar la inflación? La segunda pregunta no es la que
CFK tenía en mente. La clave está en la primera. Nadie puede creer que la
productividad en la
Argentina orille el 16 por ciento para convalidar esos
aumentos reales. Y nadie lo puede creer por que, para que un fenómeno de
esa naturaleza ocurriera, deben pasar cosas que aquí (y en ningún lugar del
planeta) no han ocurrido con el capital físico, humano y natural.
En realidad al respecto estamos al revés.
El discurso presidencial sobre la inversión y el
crédito, más allá de opinión que nos merece la medida, va en la dirección
correcta. Primero porque la banca en la Argentina no cumple ninguna función relevante
respecto de la inversión. Y por otra parte gana muchísimo dinero sin prestar.
Los bancos arañan el 17 por ciento del PBI: una nada comparada con el resto del
mundo. Pero sus ganancias han sumado en un año la mitad de la facturación de
toda la ganadería nacional. Un despropósito. ¿Cuánto les deja el financiamiento
del consumo? Mucho. Obligar a los bancos a prestar para invertir: dirección
correcta. Pero tarde. Los bancos ven mermar sus depósitos en dólares y
deben achicar su cartera de crédito a la exportación. Los depósitos en pesos no
crecen al ritmo necesario para una agresiva política de financiamiento amplia y
larga; y no se conoce qué normas del BCRA apoyaran los descalces de plazos
entre los depósitos y los préstamos largos.
Estamos en una economía desacelerada y a la
retranca; y venimos de la alta velocidad. Si las políticas financieras para la
inversión hubieran estado presentes al tiempo en que esta gestión arribó otra
habría sido la suerte. Esa decisión no habría sido tardía.
Todo sería peor si no hubiera habido
rectificaciones. Si hubiéramos seguido con la idea que importar energía era una
buena cosa; que girar al exterior era una práctica saludable para no deprimir
el tipo de cambio; o que la inversión viene sola detrás del consumo. Seguro que
con esa práctica continuada a futuro estaríamos peor.
Pero las rectificaciones de hoy son eso:
rectificaciones de la que era una dirección errónea. Bienvenida la
rectificación. Pero necesitamos es una política de anticipaciones. De
contemplar el espacio de las variables económicas en un escenario de futuro. Es
decir sustituir el “nunca antes”, la reacción agitada ante la comida quemada, por
el “siempre antes”. Las rectificaciones son hijas del paso a paso, la negación
de la anticipación.
Son demasiados, innecesarios y evitables, los
problemas que el “nunca antes” ha generado más allá de la eficacia (no
sistémica) de algunas respuestas.
Lo mejor es anticiparse. Y para eso, lo mejor,
es abrir las puertas a la crítica. Hacer que la ventilación haga saludable al
sistema. Los sistemas cerrados se degradan. Raúl Scalabrini le negó a Juan
Perón dirigir un diario oficialista. Para él servir al Proyecto Nacional era
marcar los errores. Y eso hace anticipar los que están por venir. El viento de
cola empuja y ayuda. Pero el viento, en una habitación cerrada, genera mucho
desorden. La presidencia debería abrirse a la crítica para anticipar los
problemas: siempre gobernar ha sido prever. Lo otro es administrar. Aunque sea
en la dirección correcta.
Publicado por: Carlos Leyba (7 de julio de 2012), http://www.nosquedamosenel73.com.ar/
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