miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Nunca antes?


“Cuando triunfó Perón en 1946, alguien,…me preguntó: ¿Y Usted, Raúl, qué quiere? Publicar un periódico opositor, respondí…ésa era la colaboración más sacrificada y eficaz que podía ofrecer a la obra de liberación que se iniciaba.”  Raúl Scalabrini Ortiz.

Por Carlos Leyba
¿Ya se hizo esta pregunta? Hoy, a partir de la decisión de la presidente sobre la promoción del financiamiento bancario a la inversión, hacer esa pregunta tiene asidero. La decisión, de  obligatoriedad de que los bancos dirijan parte (5 por ciento) de su cartea al crédito para la inversión, va en la dirección correcta.
¿Es eficiente, es eficaz, es suficiente? Veremos. Pero más allá del mérito, sin duda, llega tarde: la insuficiencia de inversión es un mega problema de la economía argentina.
Ni de hoy, ni de ayer, atrasa hace años y es la madre de todas nuestras decepciones. Pero el juicio se agrava luego de muchos años de crecimiento y de abundante liquidez.
La falta de inversión es madre de los males de la cuestión social (escolaridad, habitación, regresión distributiva, inseguridad)  de la debilidad competitiva (participación de la industria en la exportación, freno a las importaciones, de la debilidad fiscal (provincias sin caja, atraso de pago de obra pública), del vacío y desequilibrio territorial (desierto y Belindia: Bélgica en algunas partes e India en otras).
Detrás de todo está la carencia de inversión. Como nada de eso es nuevo, el problema de la ausencia de inversión es viejo.
No es extraño que la dirección sea correcta: muchas decisiones de la presidencia CFK marchan por la dirección correcta. Tampoco es extraño que llegue tarde: además es una tradición nacional.
Pero son muchas las decisiones presidenciales a las que podemos resumir de esa manera: correcta y tarde. Y por cierto de esta presidente; y de todos los que la han precedido en el ejercicio del poder.
Pero como el pasado, pasado es; el comentario aplica al presente y su entorno próximo. Frente  a la adversidad vamos a sugerir un método conocido. Pero no aplicado.
Tarde significa que hay daño grave como consecuencia de no haber tomado la decisión a tiempo, es decir, antes de que el problema sea gravoso.
La condición necesaria para la validez de este juicio es que “la decisión” sea materia conocida. Nadie puede exigir que se anticipe una herramienta que todavía no se ha diseñado, que es desconocida o que no ha sido descubierta. Hablamos de decisiones que hacen al uso de herramientas, suficientemente conocidas, ante situaciones acerca de las cuales tenemos suficiente información.
Es decir el caso “dirección correcta, pero llega tarde” corresponde a una decisión acerca de herramientas conocidas, aplicadas sobre problemas conocidos, en un tiempo lo suficientemente distante, desde el comienzo del problema, como para que la decisión tardía no aplaque sus resultados adversos sin pesadas consecuencias.
Phillippe Noiret, el gran actor francés, dijo – en unos de sus diálogos en Cinema Paradisso – “el progreso siempre llega tarde”. Siempre estamos sufriendo las consecuencias de no hacer lo que sabíamos que debíamos hacer.  La “tardanza del progreso”, es incapacidad, ignorancia, falta de voluntad para aplicar los remedios, los alimentos, las vacunas conocidas que habrían de evitar una desgracia.
¿Qué más vale tarde que nunca? Cierto. Pero… Darle de comer normalmente a un chico después del primer año de vida es mejor que no hacerlo. ¿A quien le cabe duda? Pero si no se alimentó, como Dios manda, en el primer año de vida, gran parte de su suerte, esta echada. No será, para decirlo en breve, una persona feliz. Ese año de vida es una condición necesaria, aunque no suficiente, para una vida feliz. El argumento “lo hicimos ahora” vale. Pero poco. ¿Cómo llamamos a lo que tiene poco valor?
Decisiones en la dirección correcta pero tardía. Tomemos alguna de cosecha reciente.
La descomunal crisis petrolera fue reconocida por CFK y después explicada por Axel Kicillof quien fue implacable con el responsable de la política, Julio De Vido.
Durante años se dijo, y muchos repetimos muchas veces, que la producción de petróleo y de gas declinaba, las reservas disminuían y no se realizaban inversiones en exploración. Que no todas las empresas invertían lo necesario. Y que muchas de ellas expatriaban sus utilidades. Que los organismos públicos no ejercían el control necesario y que las regulaciones eran insuficientes. Que, finalmente, ¿cómo llamarlo?, la instalación de la familia Eskenazi en el control de YPF era una burla al sentido común. Y que la entrega del petróleo vía concesiones extendidas, a plazos insólitos, antes de que venzan y sin imponer condiciones, era realmente una sucesión de actos contra el más elemental sentido del bien común. Y que parte de las consecuencias, además de los problemas de abastecimiento, eran el riesgo comercial de importaciones crecientes y a precios astronómicos. Y todo ello sin contar las inversiones, derivadas de la necesidad provocada, que nos veríamos obligados a hacer; y además las perspectivas negras para quienes, en su cuadro de horizonte para la inversión, debían tener en cuenta el futuro energético.
CFK denunció tarde la evidencia hecha pública durante años y mensuró los riesgos de la proyección importadora de la carencia de combustibles, apuntó a las importaciones y a la dilapidación de reservas. Asumió (vía expropiación de la mayoría) el control de YPF. Una decisión en la dirección correcta. La decisión tardía no es gratis. El tiempo de no exploración no se recupera. La producción perdida no volverá. Las utilidades de YPF (y de las demás compañías) han migrado sin colocarse en el país. El problema del petróleo y el gas es un caso típico de la dirección correcta (nos vamos a ocupar del autoabastecimiento) que llega tarde, cuando los daños advertidos e inferidos son enormes.
Lo mismo podemos decir respecto de la fuga del excedente en dólares. Años de denuncia de la fuga de capitales: durante el primer mandato de CFK se fugaron casi 73 mil millones de dólares. Capital generado por el esfuerzo nacional que no se recicla en el proceso productivo. Dirección correcta: reaccionar y tratar de contener la fuga a la manera pampa. Tardía: los dólares ganados por nuestro comercio ya se fueron. Las inversiones que podrían haberse hecho no se hicieron. Los trabajos, los salarios y los impuestos que se habrían generado no se generaron. Se alertó. No hubo reacción hasta que justamente los impuestos, los salarios, el empleo y las inversiones no se compadecen con el volumen que adquirió la economía. Es tarde. Pero con las mismas condiciones en que fugaron los dólares no vuelven. Dirección correcta: detener la fuga. Tarde: la fuga ya ocurrió.
Lo que motivó esta nota y el título ¿Nunca antes? Es que Cristina Fernández anunció que había dispuesto que el 5 por ciento de la cartera de los principales bancos deberían obligatoriamente ser canalizadas a la inversión. Esa decisión va en la dirección correcta: vincular el sistema bancario con la inversión. Y apuntar a la necesidad de incrementar la inversión. Esta decisión se suma a otras como la del Crédito del Bicentenario que también asocia al Banco de la Nación con la inversión. Insisto. La dirección es correcta. Pero ¿por qué decimos que llega tarde? Simple. Estamos sufriendo el impacto de una inflación importante en tiempos de una violenta desaceleración, cuando no caída, de la actividad económica. Todo incremento en la recaudación es, en última instancia, hijo de la inversión anterior. La gestión pública que procura inversiones es la que mayor rédito fiscal a futuro obtiene. Aunque tal vez en ese futuro no sea gobierno. El problema de la democracia es el largo plazo. Y la cura la visión de estadista. Poca inversión pocos estadistas.
La ausencia de inversión ha sido una característica de estos años de crecimiento económico inusitado para la Argentina: crecimiento sin inversión. No olvidar que hasta hace horas, para CFK, el capitalismo era consumo. Y lo dijimos antes: una versión exótica del sistema que ahora, para bien, parece haber cambiado.
¿Qué inversión le faltó al crecimiento? La reproductiva y la de la infraestructura asociada. Varias veces la propia presidente del Banco Central mencionó que la inflación era la consecuencia de la falta de inversión; o que la falta de competitividad de la economía, la sección de mayor valor agregado, no estaba causada por atraso del tipo de cambio sino por la ausencia de inversión. De acuerdo en la visión larga: no hay tiempo de cambio competitivo que cure la falta de inversión aunque puede incentivarla.
Para el mundo oficial la inflación no existe en los niveles que sufren los consumidores o en los niveles en que los sindicatos reclaman sus salarios; y eso desde 2006 en adelante. Es decir la distancia acumulada en estos 54 meses ha instalado un abismo de inflación entre los diagnósticos oficiales y las percepciones ciudadanas, sindicales y empresarias. El gobierno considera que somos un extraordinario caso de crecimiento de los salarios al ritmo del 20 por ciento anual o más, con una inflación que el gobierno sostiene, es de 4 por ciento anual (INDEC) aunque para la inmensa mayoría de los ciudadanos, para todos los sindicatos, empresarios y funcionarios del Ministerio de Trabajo que homologan los convenios supera el 20 por ciento anual desde 2006 en adelante.
Esa inflación, cuyo origen último es la falta de inversión, es la que nos aleja de la competitividad y aporta conflicto a la balanza comercial y es la que erosiona la atracción al ahorro en pesos. En un reciente discurso CFK mencionó que en Europa no podían creer que las paritarias en la Argentina estaban cerrando arriba de 20 por ciento de aumento salarial. ¿Qué es lo que no podían creer los europeos? ¿Qué los salarios crecían al 20 por ciento si la inflación marchaba al 4 como dice el INDEC? ¿O que los aumentos debían superar el 20 por ciento para compensar la inflación? La segunda pregunta no es la que CFK tenía en mente. La clave está en la primera. Nadie puede creer que la productividad en la Argentina orille el 16 por ciento para convalidar esos aumentos reales.  Y nadie lo puede creer por que, para que un fenómeno de esa naturaleza ocurriera, deben pasar cosas que aquí (y en ningún lugar del planeta) no han ocurrido con el capital físico, humano y natural.
En realidad al respecto estamos al revés.
El discurso presidencial sobre la inversión y el crédito, más allá de opinión que nos merece la medida, va en la dirección correcta. Primero porque la banca en la Argentina no cumple ninguna función relevante respecto de la inversión. Y por otra parte gana muchísimo dinero sin prestar. Los bancos arañan el 17 por ciento del PBI: una nada comparada con el resto del mundo. Pero sus ganancias han sumado en un año la mitad de la facturación de toda la ganadería nacional. Un despropósito. ¿Cuánto les deja el financiamiento del consumo? Mucho. Obligar a los bancos a prestar para invertir: dirección correcta.  Pero tarde. Los bancos ven mermar sus depósitos en dólares y deben achicar su cartera de crédito a la exportación. Los depósitos en pesos no crecen al ritmo necesario para una agresiva política de financiamiento amplia y larga; y no se conoce qué normas del BCRA apoyaran los descalces de plazos entre los depósitos y los préstamos largos.
Estamos en una economía desacelerada y a la retranca; y venimos de la alta velocidad. Si las políticas financieras para la inversión hubieran estado presentes al tiempo en que esta gestión arribó otra habría sido la suerte. Esa decisión no habría sido tardía.
Todo sería peor si no hubiera habido rectificaciones. Si hubiéramos seguido con la idea que importar energía era una buena cosa; que girar al exterior era una práctica saludable para no deprimir el tipo de cambio; o que la inversión viene sola detrás del consumo. Seguro que con esa práctica continuada a futuro estaríamos peor.
Pero las rectificaciones de hoy son eso: rectificaciones de la que era una dirección errónea. Bienvenida la rectificación. Pero necesitamos es una política de anticipaciones. De contemplar el espacio de las variables económicas en un escenario de futuro. Es decir sustituir el “nunca antes”, la reacción agitada ante la comida quemada, por el “siempre antes”. Las rectificaciones son hijas del paso a paso, la negación de la anticipación.
Son demasiados, innecesarios y evitables, los problemas que el “nunca antes” ha generado más allá de la eficacia (no sistémica) de algunas respuestas.
Lo mejor es anticiparse. Y para eso, lo mejor, es abrir las puertas a la crítica. Hacer que la ventilación haga saludable al sistema. Los sistemas cerrados se degradan. Raúl Scalabrini le negó a Juan Perón dirigir un diario oficialista. Para él servir al Proyecto Nacional era marcar los errores. Y eso hace anticipar los que están por venir. El viento de cola empuja y ayuda. Pero el viento, en una habitación cerrada, genera mucho desorden. La presidencia debería abrirse a la crítica para anticipar los problemas: siempre gobernar ha sido prever. Lo otro es administrar. Aunque sea en la dirección correcta.
Publicado por: Carlos Leyba (7 de julio de 2012), http://www.nosquedamosenel73.com.ar/

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